En su afán de parecer más ‘científica’, de obtener el “truly scientific status” que postula Gideon Toury, la traductología ha ido adoptando el formalismo y hasta el simbolismo de las ciencias naturales y sociales y ha asumido la metodología y el instrumentario propios de estos enfoques, argumentando que, por muy bien que unos principios teóricos parezcan explicar los fenómenos observables en un campo específico, los constructos sólo adquieren un valor científico y epistémico si pueden ser operativizados, es decir, si pueden ser validados mediante una observación sistemática, en especial mediante una observación empírico-experimental. Sin querer restar importancia a esta tendencia - que sin duda ha representado un gran paso adelante en nuestra investigación - se empieza a observar un ‘empirismo por el empirismo’. Se realizan una gran cantidad de experimentos que tratan de cuestiones muy aisladas o de muy poca relevancia científica (“trivial problem, no problem, irrelevant discussion”, Chesterman, 1998), o que están mal planteados en lo que se refiere al diseño experimental (el propio Chesterman critica la argumentación circular, la falsa generalización, la confusión entre correlación y causalidad, la falsa inducción, etc.), prescindiendo muchas veces de definir un ‘back-ground’ teórico general en el que deben entenderse los resultados.