Confesaba en cierta ocasión João Cabral de Melo que su vivo interés por la cultura española, cimentado en cinco estancias intermitentes en este país tras ocupar un primer puesto como diplomático en la ciudad de Barcelona en el año 1947, tenía como origen el parentesco de aquella con la cultura brasileña, de tal manera que eso hacía que España fuese el país en donde un escritor de su nacionalidad se podía considerar menos exiliado (Athayde 1998, p. 31). Probablemente este sentimiento de identificación tenga bastante que ver con una frase feliz, recogida como título en el presente trabajo, que al autor de Pedra do Sono le sugirió la recepción en Portugal de su Morte e Vida Severina, sobreponiéndose con acierto en esa frase, al concepto territorial de país, la noción mucho más plástica de universo para indicar que la comprensión de esta obra hacía necesaria una mediación casi próxima a la traducción en sí (Athayde 1998, p. 91).